El florecimiento de las asociaciones laicales, característica de nuestros días, no es un hecho inédito en la vida de la Iglesia. Como ha afirmado Juan Pablo II, a través de los siglos «asistimos continuamente al fenómeno de grupos más o menos numerosos de fieles, los cuales, por un impulso misterioso del Espíritu, se sintieron empujados espontáneamente a asociarse con el fin de lograr determinados fines de caridad o de santidad, en relación con las necesidades concretas de la Iglesia en su tiempo o también para colaborar en su misión esencial y permanente» [1].
En la Diócesis de Victoria en Texas los Movimientos Eclesiales, nombrados así por San Juan Pablo II [2], son conocidos como Asociaciones y Movimientos de Laicos, ya sean de carácter público o privado y/o internacionales, nacionales o locales. Todos ellos deben contar con la aprobación del ordinario del lugar y estan sometidas a la vigilancia de la autoridad eclesiástica según el canon 305 §1 y §2.
Los movimientos eclesiales se caracterizan por ser realidades eclesiales asociativas, basadas en un carisma particular recibido por un fundador en circunstancias históricas determinadas. Se trata de un carisma vocacional, que alienta a asumir compromisos que abrazan la entera existencia en vista de la realización de la vocación cristiana, y suponen una donación personal a Dios, ya sea en el matrimonio como en el celibato apostólico. Están estructurados como comunidades de fieles, poseen un método propio para transmitir la fe y están dotados de un fuerte dinamismo evangelizador. Son, en definitiva, nuevas irrupciones del Espíritu Santo en el mundo [3].
[1] Juan Pablo II, A los movimientos eclesiales reunidos para el II Coloquio Internacional, “Insegnamenti di Giovanni Paolo II”, X,1 (1987), 477.
[2] «En los tiempos modernos [el fenómeno asociativo laical] ha experimentado un singular impulso, y se han visto nacer y difundirse múltiples formas agregativas: asociaciones, grupos, comunidades, movimientos. Podemos hablar de una nueva época asociativa de los fieles laicos. En efecto, “junto al asociacionismo tradicional, y a veces desde sus mismas raíces, han germinado movimientos y asociaciones nuevas, con fisonomías y finalidades específicas. Tanta es la riqueza y versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido eclesial; y tanta es la capacidad de iniciativa y la generosidad de nuestro laicado”» (Christi fideles laici n. 29, 1988).
[3] Asociaciones Internacionales de Fieles, Miguel Delgado Galindo, Jefe de Oficina Consejo Pontificio para los Laicos Ciudad del Vaticano